El fútbol es como una mujer. Un
matrimonio que, por cultura, costumbres, o herencia, desde que nacemos tiene nuestro amor para toda
la vida. Pero hoy de desamores va la cosa, porque todos han dicho adiós. Carlos Martínez, De La Vega, Valleros,
Fer Ruiz, Pírez* y el último, Dani Gómez.
El año pasado sólo ellos seis
continuaron luchando por el sueño que perdieron en el último instante. Hubo
lágrimas. Lágrimas que un año después fueron de alegría. Ascendieron al Leganés
a Segunda, aunque algunos con roles ligeramente diferentes. Hoy, sin embargo, ninguno defiende estos colores.
El fútbol moderno es así. Cuesta
encontrar esa fidelidad recíproca club-jugador que haga infinita la
continuidad. Porque ya no veremos los zurdazos de Carlos, la intensidad
defensiva de De La Vega, el pundonor de Dani Gómez, las ganas de Valleros, los
disparos del uruguayo, ni los alocados regates de Chenan. Es verdad que algunos
de ellos eran ‘capitanes’ por poco, pero ya se habían impregnado de blanco y
azul. Porque ser capitán no es llevar el brazalete ni elegir cara o cruz antes
del pitido inicial. Es saber lo que representas, y honrarlo con tu fútbol, tus
ganas, y tu fe. Y sin capitanes se pierde el rumbo, y la esencia de una tripulación.
Por suerte, muchos de los que vinieron en la 2013/14 demostraron tener brújulas calibradas, que no son otra cosa que las mismas ganas de los que
se quedaron. El brazalete de capitán lo paseará ahora Sergio Postigo, el único con
más recuerdos pepineros que ninguno, y que le ha permitido ser ya jefe de filas.
Pero lo podría pasear Mantovani, Carlos Álvarez, Álvaro García o Queco Piña,
porque han demostrado sentir los colores, y no negaré que es de lo que se
trata. El viaje está asegurado, pero los que somos románticos en esto del amor, seguiremos anhelando un “sí quiero” que dure toda la vida. Qué le vamos a hacer.
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